viernes, 29 de septiembre de 2017

MI CASA



Cuando tenía ocho años fui desafiado por mi maestra para describir ante mis compañeros, como era mi casa: "Bueno, para entrar en mi casa es requisito indispensable el tener alas, porque la única entrada es por el gran ventanal que da al primer piso a la calle. La salida, en cambio, es por una puerta común y corriente, pues el living es demasiado angosto y no hay lugar para tomar el envión necesario que se requiere para el más modesto de los despegues. Tenemos también una mesa mágica..."
A esa altura de mi exposición desaparecí del aula siguiendo a mi oreja izquierda que había quedado atrapada entre el índice y el pulgar de la tierna mano de la señorita Dora. "Repítaselo ahora al Padre Rector". Coloqué mis orejas a una misma altura, me alineé un poco y satisfice de inmediato el pedido. "Bueno, para entrar en mi casa es requisito indispensable el tener alas..." Tanto gustó mi sencilla descripción que tuve que repetirla frente a la psicopedagoga, a tres monjas, al jefe de la cooperadora, al consejero escolar, al cura Antonio (el mismo que me enseñara el Padre Nuestro) y hasta a un policía que por ahí pasaba. Y todos coincidieron en que debían acompañarme hasta mi casa, seguro que para conocerla, y además porque querían hablar personalmente de no se qué cosa con papá.
Pero los pobres se tuvieron que conformar con dialogar a gritos desde la vereda, porque para entrar en mi casa es requisito indispensable el tener alas...y por supuesto, ninguno de ellos tenía unas.